lunes, 26 de febrero de 2018

¿Por qué enfermamos desde el vientre materno?



Algunas de las conclusiones a las que ha llegado la neurociencia  en sus más recientes investigaciones sobre el estado fetal:

Existe algo parecido a la conciencia desde los primeros momentos de la concepción. Se ha comprobado que el feto ya tiene conciencia a partir de la semana veintiocho, momento en que  además, los circuitos neuronales del cerebro están tan desarrollados, como los de un recién nacido. Pero ya antes (a las seis semanas), se aprecian circunvalaciones en el cerebro. Y muchísimo antes, en el embrión, las células neurales corren de un lado a otro compulsadas por señales eléctricas, buscando con insistencia más células a las que unirse.

El EEG ha mostrado que los fetos registran periodos de sueño REM (o sea periodos de ensueño), pero sus ondas REM son ondas lentas. Se piensa que (por lo menos a partir de la semana treinta y dos) el feto pueda sintonizar con los pensamientos o sueños de su madre, de modo que los pensamientos y sueños de ella se conviertan en los suyos. De hecho, los hijos adaptan sus ritmos vitales, también los del sueño, a los de su madre. Y esto ya en el útero, la sintonización madre-feto es por lo tanto, perfecta.

El feto puede evocar situaciones emocionales. O sea, puede grabar esas situaciones en su memoria, o sea que, toda preocupación, duda, ansiedad, que experimente una madre, repercutirá sobre su hijo. El feto por lo tanto, es un ser consciente que siente y recuerda.
Toda perturbación de la madre, perturba al feto. Y no hay nada peor que un feto rechazado. Los niños de matrimonios desdichados, suelen ser cinco veces más asustadizos que los hijos de matrimonios felices. Y no hay que olvidar (añaden algunos neurólogos) que un feto experimenta el dolor con las mismas connotaciones emocionales que un adulto.

El en útero pueden originarse ciertos tipos de depresión. Las personas que han estado aterrorizadas en el útero, ya de adultas son más inseguras sexualmente.
La más grave sensación de peligro para el feto es sentirse separado de la madre. Los sonidos estridentes son especialmente dañinos para el feto. La audición y la emoción se asientan en la misma zona cerebral, lo que causa que muchos trastornos auditivos sean un reflejo de impactos emocionales (como peleas entre los padres) en el periodo de embarazo.

Un feto se agita emocionalmente (medido según los latidos de su corazón) cada vez que su madre piensa en fumar, el simple hecho que piense en fumar hace que el feto entre en pánico, y además, como el feto no sabe cuando volverá a ocurrir eso que tan profundamente lo perturba, mantendrá un estado crónico de incertidumbre.
A partir de la semana dieciséis, un feto es muy sensible a la luz. Al cuarto mes de embarazo, un bebe es tan sensible al tacto como un niño de un año.

El estado físico y emocional del niño al nacer y en los años inmediatamente posteriores, permiten saber qué tipo de mensajes maternos ha recibido en el útero.
A partir del sexto mes de embarazo, se establecen patrones de memoria que siguen pautas identificables. Y el hecho de que al recuperar recuerdos de ese periodo estos tengan una configuración y formas reconocibles, tienden a confirmar la idea de que en el transcurso del tercer trimestre del embarazo, el cerebro del feto funciona a niveles próximos a los del adulto, aunque no de forma tan madura como el de éstos. Y se sabe que la maduración del cerebro prosigue después del nacimiento hasta acabar en la pubertad; y ese crecimiento post-natal  del córtex, depende de lo que la neurociencia considera la función cognitiva, o sea el hemisferio cerebral izquierdo (HCI).

Con respecto a la ontogenia del bebe intrauterino, es una síntesis de la filogenia de la especie humana.
El fisiólogo Paul McLean, jefe del Laboratorio de Evolución Mental y Conducta del Instituto Nacional de Salud Mental de Bethesda, en Maryland, USA, describe el cerebro como una compleja interacción de tres sistemas neurales que corresponden a una evolución iniciada en un remoto pasado.

El primero y más antiguo de esos sistemas, fue un cerebro básicamente reptiliano, un cerebro totalmente espacial, basado en los movimientos del acercamiento y alejamiento, de ataque y defensa, un cerebro frio y ritualizado.

El segundo sistema es el cerebro límbico, que surgió con los mamíferos primitivos, es un círculo casi completo de tejido cerebral que cubre el cerebro reptiliano. Y es en ese sistema límbico donde se gestan las emociones intensas (singularmente vividas), así como las ondas theta y los recuerdos a largo plazo. Es el sistema, en definitiva que conduce las motivaciones y las emociones, y es el cerebro que nos impulsa a buscar euforia y placer.

El tercer sistema cerebral es el del neo- mamífero (o sea, nuevo mamífero) que va asociado  al creciente desarrollo de los mamíferos más evolucionados, en gran medida diurnos. Es el cerebro que en su desarrollo ha llegado a ser el actual de la especie humana.  Este cerebro es una nueva capa cerebral (de ahí su nombre de neocórtex nueva corteza) formada por un tejido nervioso de superficie rugosa y llena de pliegues. Esta corteza cerebral, dividida en dos hemisferios, que se comunican a través de haces de fibras transversales llamadas comisuras, era, en un principio, funcionalmente simétrica, pero, extrañamente, a partir del advenimiento de orangutanes y gorilas se inicia una asimétrica o lateralización de los dos hemisferios cerebrales con unas funciones y una percepción distintas en uno del otro, son las diferentes maneras de percibir del HCD y el HCI. Tengamos en cuenta que el HCD, está más generosamente comunicado con el sistema límbico que el HCI. Y esto lleva a la conclusión que las características emocionales theta, son básicamente límbicas.

Para comprender el funcionamiento de la emotividad, hay que añadir el descubrimiento de los neurotransmisores que  mostraron que el cerebro  extiende su dominio  por todo el cuerpo (o que el cuerpo también es cerebro). En la segunda mitad de la década de los setenta, se descubrió la existencia de una hormona,  la endorfina,   que,  endógena o sea producida por el propio organismo, anula o reduce el dolor y que, entre otras muchas funciones, todas ellas gratificantes, es la que nos asegura la supervivencia y también la recuperación en casos de estrés.

Aun cuando al parecer existían zonas del cerebro reptiliano asociadas a la liberación de endorfinas analgésicas, es el posterior cerebro límbico el que ha asumido la casi total función de generar endorfinas, hormonas que, por otro lado, se opina dio origen a las actuales estructuras sociales afectivas. Pero aquí lo que importa es que la estrecha unión de las gratificantes endorfinas con el sistema límbico y, por tanto, también con el HCD, se ha visto que va asimismo, unida  a las ondas theta, que son las que caracterizan la vida perinatal. De ahí que el feto, que es ondas theta, tenga su supervivencia altamente protegida por un agua amniótica supersaturada de endorfinas. Y que todo proceso de nacimiento este asistido y protegido por grandes emisiones de endorfinas, que producen unas anestesias muy gratificantes.

Entonces, si tenemos en cuenta que la evolución ontogénica del bebe intrauterino reproduce las fases filogenéticas de la evolución de la especie, podemos entender que el proceso de maduración de un nuevo ser en el claustro materno es pasar de una percepción reptiliana (y aun pre-reptiliana) a otra predominantemente límbica para, finalmente, iniciar (hacia el sexto mes o quizá antes) una fase de percepción de HCD que es la que predomina al nacer, para ya en el transcurso de la infancia ir madurando los ritmos beta del HCI, proceso que suele concluir no antes de los siete años.

Nos encontraríamos por lo tanto, con una vida intrauterina  que iría estructurando las fases evolutivas de su percepción desde antes de la territoriedad del reptil (o sea desde antes de la percepción neural), hasta las estructuras del hemisferio derecho. O sea, desde una conciencia abierta global, hasta la conciencia estructurada de acuerdo con la percepción de los ritmos de ondas lentas. O sea, con una percepción ya fetal, sumamente emotiva, y por ello, sumamente vulnerable, de ahí que no deba extrañarnos que la naturaleza intente proteger toda vida intrauterina con las analgésicas, anestesiantes y siempre gratificantes endorfinas, así como, al parecer en menor grado, otros péptidos similares.

Esta vulnerabilidad del bebé intrauterino, que está unido a una madre de la que suele recibir constantes agresiones (ya que vive sus estados emocionales…), se traduce en cuantiosos y graves daños, y con estos daños (y con los que lleva implícito el nacimiento), se inicia siempre la cadena de cúmulos analógicos traumáticos que luego, ya en la infancia, hasta los siete a doce años, solemos limitarnos a  alimentarlos con nuevos impactos analógicos traumáticos, en su casi totalidad procedentes de la forma beta en que los padres intentan educar, imponer  sobre el estado básicamente theta del niño, lo cual es ajena y perjudicial. Un auténtico conflicto surge de una respuesta beta a una demanda theta, la incapacidad del adulto en comprender las demandas y actitudes theta del niño (recordemos que el estado del niño, el estado theta, es un estado altamente emocional y  simbólico, en el niño aún no está desarrollada como en el adulto, la corteza prefrontal, de ondas beta maduras…evidentemente, el niño no puede comprender como un adulto….).

Tratado Teórico-Práctico de Anatheóresis (J. Grau)


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